10.1.10

td/034 - Carta de Enrico (segunda parte)

En la primera parte de la carta leímos el relato que Enrico hace a sus padres de su captura, de madrugada, en zona de combate. Al parecer la acción del enemigo fue facilitada también por la traicción de unos  conmilitones, aunque la secuencia de los hechos así como él los cuenta, no me resulta del todo clara.
Enrico afirma en más ocasiones que su rendición no fue causada por falta de valor, ya que él intentó hasta el final incitar a sus hombres al combate, y tampoco los abandonó cuando, a pesar de sus esfuerzos, la situación se hizo más comprometida.


Esta insistencia en justificar su posición se puede bien explicar, ya que el mando italiano era muy duro con los soldados que rechazaban el enfrentamiento con el enemigo o intentaban disertar. Para estos casos era prevista la pena capital, y fueron muchos los soldados italianos que cayeron de esta manera.
A menudo, los hombres capturados por los austríacos también eran  considerados una deshonra por sus familias, siendo tratados como traidores de la Patria.

Un claro ejemplo son estas pocas líneas, escritas por un padre a su propio hijo prisionero de guerra:
"Me pides comida, pero a un cobarde como tú no mando nada: si no te fusilan aquellos canallas de los austríacos  te fusilarán en Italia. Tú eres un sinvergüenza, un traidor; deberías matarte tu mismo. Qué viva siempre Italia, muerte a Austria y a todos los canallas alemanes: cabrones. No vuelvas a escribir que nos haces un favor. Muerte a los canallas". (fuente - en italiano)



Pero volvamos a nuestra carta. En esta segunda parte vamos a leer el relato, cautivador al igual que una novela, del intento de fuga efectuado por Enrico con unos compañeros de prisión.
La rocambolesca evasión planeada durante mucho tiempo, finalmente no tuvo éxito,  pero a juzgar por  el documento, tampoco acabó tan mal.

Me pregunto a través de cuales canales habrá sido enviada esta carta, ya que la correspondencia era sistemáticamente controlada por los censores y un texto como el siguiente hubiera representado de hecho una confesión a los ojos de los austríacos. Sin embargo es evidente que había formas de evitar los controles, ya que el padre de Enrico pudo hacer llegar al hijo unos mapas del Touring Club alemán que supuestamente servirían a los fugitivos para orientarse una vez abandonado el campo. Tal vez aquella famosa recomendación finalmente alcanzó su objetivo.

(sigue el texto de la carta - aquí la primera parte)


"Trabajando con cuidado se escuchaban las conversaciones que se hacían encima de nosotros. Una tarde oímos unos compañeros discutiendo animadamente sobre la imposibilidad de una fuga a través de un túnel. Y nosotros riéndonos en silencio y pegándonos unas hostias de muerte para desahogar nuestro buen humor!
Después de haber excavado lo que nos pareció suficiente para acoger la tierra de la galería, empezamos el trabajo subterráneo, hacia los reticulados.


Pisamos la tierra un par de metros debajo del suelo, pero íbamos avanzando muy lentamente por culpa de los contínuos desprendimientos, a pesar de los intentos de armar la galería con los minúsculos listones que teníamos a nuestra disposición. Y cuando ya habíamos avanzado unos 6 metros, vinieron fuertes lluvias que despertaron nuestra desesperación ya que preveíamos lo peor. De hecho una mañana sobre las cinco se nos acercó furtivamente nuestro ordenanza para avisarnos que bajo el desague del techo el suelo se había hundido. Pero los austríacos ya habían sido avisados, así que bajamos corriendo bajo tierra para cerrar el túnel. Los austríacos vinieron, estudiaron, hicieron excavar y remontaron hacia la barraca hasta que encontraron la barrera hecha por nosotros. Vieron la segunda escotilla, mandaron arrestar a los dos oficiales del dormitorio agujereado, hicieron tapar la brecha y empezando por los soldados serbios, excavaron bajo el túnel y abrieron aspilleras para una inspección completa.



Vigilantes austríacos en el campo de Braunau

Pasados unos días, viendo nosotros que los serbios avanzaban despacio, recobrando confianza, volvimos a abrir el camino y comenzamos otro túnel. Esta vez lo armamos mejor, y seguimos con ardor, llevando, de broma, la tierra de la excavación al lugar donde trabajaban los serbios, por supuesto durante la noche, y ellos se la llevaban sin darse cuenta del doble trabajo que iban haciendo. El transporte lo hacíamos con unos carritos de tres ruedas construidos con las cajas de licores que nos traían de Linz, cuya madera usábamos también para armar la galería. Pero ¡cuánto pesaban esos carritos empujándolos de rodillas! Pobres rodillas heridas por las gravas. Y ¡vaya cabezazos pillábamos contra las armaduras del túnel!

Como en el túnel faltaba el aire, así le pusimos un ventilador manual. Luego, utilizando los cables de un timbre eléctrico olvidado en una barraca, pusimos una bombilla eléctrica en el túnel. Las velas por otra parte, aunque las tuvieramos, no funcionarían por la falta de aire; de hecho los austríacos no permitían su uso después de los primeros intentos de fuga.
 
Para entender lo que es el trabajo bajo tierra, habría que preguntarle a un minero. Trabajábamos medio asfixiados y casi cegados por la arena que entraba en los ojos; con encima  el temor de un desprendimiento que nos enterraría vivos sin esperanza de recibir ayuda. La tierra y la arena helada se insinuaban entre la ropa y se iban a meter, cómo no, justo debajo de los huesos, y siempre caía agua desde arriba.
Tras dos horas de semejante trabajo teníamos que parar.

Una noche mientras estaba trabajando con un compañero, vimos la luz eléctrica apagarse y encenderse tres veces. Era la señal de alarma.

Nos retiramos deprisa y con cuidado y volvimos a la escotilla. Oíamos gente corriendo. De repente oímos también a los austríacos hablando en un pasillo.
Saltamos fuera del agujero como dos ratas, nos arrancamos de encima las ropas de trabajo, nos pusimos los pantalones, los zapatos y con la rebeca desabrochada y las polainas en las manos nos lanzamos por la ventana y salimos pitando hacia la habitación de un compañero. Llegados ahí, nos pusimos en orden y volvimos indiferentes a curiosear.

 
Los austríacos habían sido bien informados y sin duda llegaron al sitio que álguien les había indicado. Pusieron a dos sentinelas delante de la puerta de la habitación, y a dos delante de las ventanas, y dejaron la inspección para el día siguiente.
Pero por la noche nosotros pasamos a través de las aspilleras y entramos en la habitación. Nos llevamos la ropa, el registro de los turnos y una vez bloqueada la puerta nos fuimos.
Por la mañana llegaron los alemanes y sólo entonces se dieron cuenta de que deberían haber entrado enseguida en la habitación y dejar ahí dentro un sentinela en vez que cuatro fuera.

Sus intentos para identificarnos resultaron inútiles.
Hicieron excavar el túnel en todas direcciones, cerraron todo y así se acabó, y se acabaron también nuestras esperanzas de fuga después de tanto duro trabajo. Si pienso que sólo nos faltaban unos pocos días de excavación para llegar al otro lado de los reticulados, y entonces en una noche de tormenta ¡nos habríamos largado!


Hecho curioso que todos los que sabían de este túnel hubieran querido huir detrás de nosotros. Ustedes que conocen por experiencia la escasez de personas serias ¿se imaginan cuantas probabilidades de éxito tendrían desprovistos como eran de todo lo necesario para un trayecto de por lo menos treinta noches de viaje?

Nosotros, preparados desde hacía seis meses, lo teníamos todo; comidas especiales, zapatos, una buena cuerda por si teníamos que cruzar los ríos, pero sobre todo, la precisa brújula, y los magníficos mapas del Turing Club alemán que tú, querido papá, eludiendo la censura austríaca me habías hecho llegar en perfecto orden. Con semejantes claros mapas y con las indicaciones de pueblos y ciudades que me habías dado, podíamos con toda seguridad costear las carreteras principales y siempre de noche. Habríamos evitado vigilantes y perros, y niños, que sólo salen de día. Por otro lado el Mayor de nuestra barraca siempre decía que sólo confiaba en Ioris, Salterio y Sforza; los demás en cambio, que tras el primer impulso de fuga habían dejado de trabajar, le daban las risas.
Desgraciadamente que acabaron riendo los austríacos y eso por culpa de un espía, ¡por desgracia uno de los nuestros!
Ahora es inútil pensar en otros proyectos, más adelante veremos; de todos modos somos todos sospechosos, por cuanto los austríacos no hayan podido individuarnos.
 
Concluyendo, no os preocupéis por mi, porque ahora estamos mejor, por supuesto mientras que siga llegándonos la comida que los parientes nos mandan. Por las enfermedades también ya no hay peligro, es verdad que antes que yo llegara hubo una pestilencia en la que murieron unos ocho o diez mil serbios, pero entonces la higiene no se cuidaba.


Os doy las gracias por facilitarme mis estudios; yo intento echar la melancolía estudiando, y de momento ya tengo suficiente con el cálculo y con la mecánica racional.
 
Con la llegada de otros inválidos os volveré a escribir.
Os beso y con cariño me digo vuestro


ENRICO"

El campo de Mauthausen, como muchos otros después de la primera guerra mundial, cerró en 1918 y los prisioneros poco a poco fueron repatriados a Italia. Desgraciadamente no encontré la lista de los fallecidos de ese campo, que es disponible online para el de Marchtrenk y donde no aparece el nombre de Enrico. La mayoría de las fuentes se refieren a la época de la segunda guerra mundial, así que es más difícil tener acceso a los datos de más de treinta años antes.
Me gustaría pensar que Enrico finalmente pudo volver a su casa, aunque el cuidado con el que ha sido transcrito y guardado este texto me sugiere el contrario... Puede que entre los otros viejos documentos que aún reposan en la caja de la que he sacado la carta, se esconda algún indicio que pueda ayudarme a desvelar el epílogo de esta historia. En ese caso, no dudaré en publicarlo en el Trastero.

DETALLES:
Páginas: 4 sobre una única hoja
Tamaño doblado: cm 21 x 30 

Procedencia:
La misma caja de td/015, td/030 e td/033.

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